LA ACCIÓN ENZIMÁTICA

La química nos enseña que, en un conjunto homogéneo, la introducción de un elemento nuevo, se llama catalizador, hace que dicho conjunto reaccione aceleradamente. Esos catalizadores actúan sobre moléculas sustrato sobre las que se produce la modificación, estos catalizadores no alteran el equilibrio reactivo y tampoco ven alterado su propio equilibrio. Un ejemplo de catalizadores son las enzimas que todos tenemos en nuestro organismo. Es decir, provocan la rápida modificación de un conjunto sin pérdida de su equilibrio interno. Este proceso se llama catálisis.

También nos enseña la química que hay inhibidores enzimáticos que impiden u obstaculizan la labor de las enzimas, al igual que hay cofactores que ayudan e incrementan dicha actividad enzimática. A su vez, las enzimas pueden ser muy específicas en su función tanto en lo referido al tipo de reacción como al sustrato involucrado en el proceso; por eso las enzimas son tan específicas como selectivas. La mayoría de enzimas son proteicas.

Traigo a colación estos principios químico- orgánicos porque nos pueden ayudar a comprender la inmensa labor enzimática de los grandes Maestros como Buda, Jesús o Mahoma. Parece evidente que, más allá de sus mensajes y enseñanzas, lo cierto es que después de su “acción espiritual” se modificó el pasado y se abrió un nuevo tiempo; es decir, actuaron como catalizadores sobre un sustrato, la mayoría de las veces muy pequeño, que dinamizó y aceleró la historia. Estas “enzimas” actuaron sobre el sustrato espiritual. Sin embargo, hay otros hechos que cambian la historia en los que los catalizadores que intervienen lo hacen utilizando los sustratos culturales, económicos, sociales e ideológicos. Valgan los ejemplos de Alejandro Magno y la helenización, el viaje de Colón, el estallido de la Revolución Francesa, la Revolución Industrial o las I y II Guerras Mundiales. Las “enzimas” que intervinieron en dichos procesos son menos detectables pero sus sustratos lo son mucho más.

En lo referido a nuestro tiempo, entendido este en términos históricos, ¿podemos considerar como catalizadores el descubrimiento de la electricidad y su uso, de la máquina de vapor o de la penicilina?, ¿la escritura, publicación y repercusión de El Capital , El origen de las especies o las obras de Freud ? , ¿el invento de la televisión, el automóvil o los ordenadores?, ¿la aparición de Internet?.

En pocos años, principalmente en una parte del mundo, todas estas aportaciones bien ideológicas, bien científicas y tecnológicas, han modificado la estructura social de un modo acelerado hoy fácilmente predecible en su conclusión pues todos estos catalizadores, en su conjunto, es evidente que están produciendo grandes cambios estructurales, entendiendo que, como cualquier cambio histórico, empiezan en lo más periférico, acción explosiva, para luego penetrar en la parte más profunda, acción implosiva.

Pero es indispensable también recordar que todo proceso de catálisis procura la mayor eficiencia del conjunto que interviene en el proceso de cambios químicos que los organismos necesitan para crecer y mantenerse sanos y que, una parte fundamental del proceso metabólico, resulta de la eliminación de elementos tóxicos. En la historia, esta eliminación de residuos se muestra con la desaparición de elementos del pasado dañinos y ya inútiles.

Dado el carácter cíclico de la historia, y que la naturaleza humana apenas ha cambiado en lo referido a sus sustratos mentales y emocionales, es en la acción de las enzimas activas sobre el sustrato espiritual, en donde reside la esperanza de nuestra evolución como especie, pues la estructura que se forma de la unión de una enzima sobre un sustrato espiritual, que a partir de ese momento queda modificado, no es la misma que se forma de la unión de un catalizador sobre un sustrato cultural o ideológico. Sin embargo, ambas en conjunto actúan de modo tanto explosivo como implosivo tal y como la historia nos ha demostrado.

Pero si hoy la acción de Buda, Jesús y Mahoma podemos verlas en el marco de una función enzimática superior, fruto del amor, y darnos cuenta de los resultados que produjeron, no es menos cierto que en otros momentos de la historia, incluido el presente en el que es evidente la acción de potentes catalizadores sobre el sustrato cultural, social e ideológico, la presencia de enzimas que actúan sobre el sustrato espiritual estuvieron y están enormemente activas a pesar de que operen discretamente para evitar en lo posible los inhibidores enzimáticos, y a su vez favorecer la acción de los cofactores necesarios atendiendo a las condiciones de especificidad y selectividad indispensables para llevar a buen fin el proceso.

Sin embargo, mientras la inteligencia inherente a los procesos biológicos necesarios para el desarrollo y evolución de la vida, actúa al margen de nuestras opiniones, deseos, preferencias, etc., a nosotros nos queda, nunca mejor dicho gracias a Dios, la posibilidad de elegir el bien y la belleza. Parafraseando a Lorca cuando dijo que “la poesía no quiere adeptos, quiere amantes”, podemos afirmar lo mismo respecto a la vida: esta nos quiere como amantes, pues el amor es la gran enzima modificadora real de nuestro entorno cercano y accesible.

“ Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si el amor ha arraigado en ti, ninguna otra cosa sino el amor, serán sus frutos”.

                                                                                  SAN AGUSTÍN DE HIPONA

Un comentario sobre “

  1. Hay una película de animación, para todos los públicos, que se llama «El Gigante de Hierro», en la que un robot enorme creado para la guerra llega a la Tierra, y un niño le dice que «tu eres lo que quieres ser», y no se refiere a elegir entre medicina, físicas o filosofía, ni entre un coche y otro, ser del Madrid o del Atleti, se refiere a elegir entre el bien y el mal, la elección entre la guerra y la paz, entre el amor y el odio. Esa es una elección interior y totalmente personal que más tarde o más temprano hay que tomar y mantener todos los días de la vida, y que sin duda marcará nuestro destino. El progreso espiritual de la humanidad empieza en el interior de cada uno y dificilmente se realizará si se espera a que sean otros los que lo hagan

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